Hotel Heartbreak, habitación 891.

-Jo, tío -resopló, poniendo las botas encima de la mesa. Al ordenador le faltaba poco para echar humo, y él no podía mirar por las ventanas sin moverse. Cómo había acabado ahí, era un misterio. Que era muy impulsivo, decía. La cuestión es que ese día no le apetecía trabajar más. Ni esa semana. Ni, probablemente, ese mes. Total, estaba todo pagado. Con un bostezo, se estiró y bajó los pies al suelo con un golpe sordo.
Observó la cama, haciendo una mueca de disgusto. No era la suya, ni siquiera especialmente cómoda. Y era una movida, porque dormía fatal. Luego, echó un vistazo al reloj: vaya, solo era la 1 de la mañana. Sin pensarlo demasiado, se puso la chaqueta de cuero y se miró al espejo. Los ojos azules le devolvieron la mirada desde el espejo divertidos recordando que había un bar en el hotel.

Cerró la puerta tras de sí y bajó por las escaleras, regodeándose en el crepitar de la madera con cada paso. Al llegar al final, estiró el cuello y vio las luces tenues al final. No sabía ni qué día era. Se acercó, decidido, y se sorprendió al ver tanta gente dentro. Era más parecido, en realidad, a una discoteca. Había un pelotón de personas bailando en el centro, al ritmo de la música techno. Podría ser peor. Se sentó en uno de los taburetes del bar y dio un par de golpecitos a la mesa. El escuchimizado camarero se dio prisa a la hora de atender al resto de clientes para acercarse.
-¿Sí?
-Ron. Del fuerte.
-¿Mezclado?
-Por supuesto -respondió, sonriendo-. Pero cárgalo.
Mientras el camarero preparaba la bebida, se dio la vuelta para ojear el ambiente. No parecía muy interesante.
Hasta que pasó ella. Un destello de pelo largo y rojo, y una fragancia a gominola. Pequeña, decidida y saliendo por la puerta de la terraza. Muy fugaz. Demasiado, quizá. El chico arqueó una ceja y recogió el vaso, siguiendo sus pasos. Porque, claro estaba, había logrado llamar su atención.

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