Hotel Heartbreak, habitación 213.

Me desperté, pero el dolor de cabeza seguía siendo atronador. Lo cierto era que no terminaba de acostumbrarme a estar en un mismo sitio durante tanto tiempo, sobre todo desde hacía una temporada. Saqué un cigarro del paquete y me eché de nuevo en la cama deshecha, descalzo. Arranqué un sonido incómodo de la cama, y me di cuenta de que me había quedado dormido sobre todos los informes que había intentado relacionar.
En realidad, no tenía por qué hacerlo. Es decir, me habían echado de la policía en cuanto me obsesioné con el caso. Dijeron que eran asesinatos inconexos, era una ciudad grande y cada cierto intervalo, era normal que apareciera alguien muerto. Sin embargo, yo seguía convencido de que no era una casualidad. Tres hombres, todos ellos entre 20 y 35 años, con una pequeña marca en las muñecas. Los forenses habían decidido que era una coincidencia, que no había absolutamente nada más que respaldase que los había matado la misma persona. Pero algo dentro de mí me decía que sí, pese a que intentaron convencerme de todas las maneras posibles.

Me erguí y me froté el ceño, consciente de que ese dolor se iba a quedar ahí durante un buen rato. Me planteé bajar a desayunar, pero lo deseché enseguida. Tenía que seguir trabajando. Cogí de nuevo, y como cada mañana en lo que se había convertido en mi siniestro ritual, el primer caso.
Se trataba de un hombre de 29 años, de constitución atlética y por debajo del 1,70m. Pelo corto y ojos grises. Era músico. Tocaba de vez en cuando como acompañamiento en algún que otro festival conocido en la comarca. En verano, estaba a rebosar de trabajo. Por lo visto, sin embargo, y como buen músico, tendía a abusar de ciertas sustancias no precisamente aconsejables. Solía terminar en algún hotel de mala muerte, por lo general acompañado. Tenía deudas con gente... peculiar, cuanto menos. Era muy probable que su muerte fuese el pago. El cadáver había aparecido frente al local que habituaba tras los conciertos, asfixiado. Le habían arrancado las yemas de los dedos, los labios y los genitales post-mórtem. El caso se dio por cerrado después de que sus órganos faltantes aparecieran en casa de una de las últimas chicas con las que se había divertido poco antes del fallecimiento. La chica no tenía ni idea ni de cómo se llamaba, por lo que me enteré tras el juicio, pero a nadie pareció importarle.

El segundo tenía 23 años. Alto, fuerte y con el cabello corto y moreno. Ojos marrones, y piel oscura. El estudiante más prestigioso de una carrera de medicina, con padres en el negocio de la energía, muy adinerados, y él mismo a punto de fundar una sucursal. Era un asiduo del gimnasio y salía a hacer running muy a menudo. Era conocido por su participación en diversas organizaciones de diferentes motivaciones, desde culturales hasta solidarias. Acudía frecuentemente a los eventos a los que le invitaban, y veraneaba en Cerdeña. Nunca se le conoció pareja estable, pero sí que le vieron con varias mujeres en diversos restaurantes. Su cadáver estaba colgado de una de las vigas de su oficina a punto de abrir. Le faltaban el corazón, el cerebro y los ojos. Se le encontró tras más de un mes desaparecido, y había una plaga de ratas en el edificio. El forense dio por cerrado el caso atribuyéndole el mérito de la desaparición de los órganos a las ratas.

Por último, el tercero en discordia era un hombre de 34 años, huérfano. Con el pelo castaño, desaliñado, y los ojos de color verde aceituna. Era doctor Cum Laude en física y matemáticas, uno de los más conocidos y respetados del mundillo. En sus últimos meses, había estado trabajando en una nueva aplicación del colisionador de Suiza. Sin embargo, sus notas eran tan caóticas que los médicos temieron que hubiese estado descendiendo a la locura. Un hombre serio, responsable, y muy solitario. Ciertas fuentes afirmaron verlo con una joven, pero las descripciones no llegaban a encajar del todo. No les vieron en ninguna situación comprometida, así que el encargado del caso intuyó que se trataba de alguna investigadora o periodista, sin darle más importancia. Apareció sin lengua, sin oídos y sin la mano derecha. El culpable, según dijeron a los medios, fue alguien de la competencia.

Para mí, era evidente que los tres asesinatos habían sido llevados a cabo por la misma persona. Di mil y una razones, intenté explicarlo ante policías, tribunales y abogados, y lo único que conseguí fue mi despido e inhabilitación inmediatas. Pero eso no iba a quedar así. Yo sabía que estaban equivocados, y no me iba a rendir. No me sentía especialmente orgulloso, pero lo cierto era que había terminado en Heartbreak completamente borracho. Recordaba la botella de Jack Daniels, pero nada más. Lo siguiente fueron las llamadas de teléfono. Intentaban endeudarme, atribuirme los costes astronómicos de abogados por daños y perjuicios. Así que recogí todo mi dinero y las pertenencias más inmediatas, y me registré en el hotel bajo el nombre de David Doe. No preguntaron nada. Sin embargo, por más que trataba de acordarme, no lograba recordar por qué estaba allí o cómo lo había encontrado. Solo sabía que mi intuición me exigía que no lo abandonase, que había algo gordo allí. Y no pensaba echarme atrás. Así que me levanté con los tres informes, apagué el cigarro y bajé a desayunar.

-Hola, Cassandra.
-Hola, David.
Ese día... era especial. Me giré y le sonreí.
-Mi nombre de verdad es Tyler.

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