Hotel Heartbreak, habitación 582.

Terminé de fumar el cigarro y lo tiré al suelo antes de echarme la bolsa al hombro y entrar en el hotel. En realidad, era bastante sencillo saber dónde había ido Angel después de perder su geolocalización. La organización había sido bastante estúpida al no pensarlo, teniendo en cuenta los rumores. No me pusieron pega al entrar, y tampoco me resultó especialmente extraño encontrarme con un trans llamado Cassandra en la recepción. Lo cierto era que no esperaba que fuera un lugar normal en ningún momento: se oía lo que se oía, y si un 10% era cierto, ya había motivos para preocuparse. Lo jodido era que me hubiesen mandado a mí.
Suspiré y me metí en la habitación, sacando el portátil e intentando hackear la red del hotel. Sin embargo, pese a que el ordenador se conectaba, no parecía aparecer ninguna red. Después de un rato de infructuosos intentos, me eché hacia atrás en la silla y chasqueé la lengua.
Pobre Angel, sí señor. Eso decían todos. Pero esa pequeña zorra llevaba escapándose y escondiendo el mapa desde que tuvimos constancia de ella. Incluso yo había caído en su trampa, hacía ya mucho tiempo. Se suponía que tenía que embelesarla y llevármela a la sede con el mapa, pero nada más lejos de la realidad.
Fue ella la que me engañó desde el primer minuto, fingiendo ser dócil y adorable, acercándose más y más a mí, hundiéndose en mis sábanas y metiéndose cada vez más en mi cabeza sin que yo pudiera hacer nada al respecto. Hubo un momento, solo uno, que sabía que tenía el mapa cerca. Que tenía que estar casi rozándolo, y ella fue capaz de desviarme la atención, de hacer que me olvidara de cuál era mi propósito. Todas las sonrisas, las salidas, las noches infinitas, me planteé hasta dejar a un lado mi misión, huir lejos de la organización con ella. Y todo, ¿para qué? Resulta que no era un juego de dos jugadores. Había muchos más héroes por ahí perdidos, muchos que estaban intentando salvarla de algo que ni siquiera eran capaces de comprender.
El mismo día que desapareció, supe que no había significado nada para ella, que no era más que una princesa malcriada, de las que están acostumbradas a que las adoren y las veneren como si les fuera la vida en ello. Y ahí, me di cuenta de que era una zorra, una de las mejores. Hasta yo había caído, y el mismo momento en el que podía haber capacidad de dudar, se largó sin decir nada. Yo apreté los puños y golpeé la mesa. Joder, había sido un auténtico imbécil.
Me pregunté a cuánto ascenderíamos los que había embaucado, si todos le habían puesto el mismo empeño que yo a hacerla feliz, si alguno se habría imaginado cómo era ella de verdad. Si se lo mostró a alguien más, o si fui yo el único que salió perjudicado. Y entonces, me propuse cazarla a toda costa. Me daba igual si llegaba o no a la organización, solo quería verla sufrir, vengarme. Dejarla tirada como ella había hecho conmigo, ningunearla al máximo. Y sabía, joder, sabía que estaba en ese hotel. Porque aún quería creer que, en algún momento, había llegado a conocer alguna parte de quién era.

Así que, con un suspiro y un par de puñetazos más, volví a la carga con el portátil. Si no era la red, entonces tenía que haber algún tipo de mecanismo interno donde se registraran los visitantes. Y en cuanto viera la lista, tenía más que claro que iba a reconocer el nombre falso bajo el que se había registrada. E iba a pagar todo junto. Esa pequeña zorra.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Hotel Heartbreak, habitación 232.

Hotel Heartbreak, habitación 213.

Hotel Heartbreak, habitación 164.