Hotel Heartbreak, habitación 164.

-Ya la has vuelto a liar -dijo Lock, agarrándose el puente de la nariz y suspirando-. Anda, vamos, que habrá que deshacerse del cuerpo.
Yo me encogí de hombros.


Una hora antes...
Llevaba menos de 10 minutos en esa casa y ya me quería largar. Cuanto más hablaba, de peor humor me ponía yo. En realidad, no tenía muy claro qué hacía allí, cuando me había parecido una mala idea desde el principio. Encerrarme con pseudodesconocidos en un lugar apartado con una persona a la que si no sabía, me imagina que odiaba. Estaba claro.
Pero es que era completamente insoportable. No dejaba de hablar de él, él y él. No tenía más temas de conversación. El resto de las personas de la fiesta se mantenían en silencio, sin parar de beber de sus copas, con la incomodidad reinando en el ambiente pero sin decir nada. Yo, por mi parte, sabía que nada de lo que fuera a decir era ni remotamente bueno ni agradable, así que preferí tratar de ignorar su voz de leñador recién llegado a casa y continuar con mi bebida.
Sin embargo, lo cierto es que tuve más bien poca paciencia. Puse las botas en el suelo de un sopetón, llamando la atención de todos, y me dirigí en silencio a la puerta. Un poco de aire no me iba a venir nada mal, sobre todo, porque fuera probablemente no la escuchase.
Lo malo es, que en un acto de inconmesurable estupidez, él decidió seguirme. Me dio un par de golpecitos en el hombro para que me girara, y eso encendió la sangre de mis venas.
-No vuelvas a tocarme.
-¿Te parece normal? -inquirió, desde arriba -. Me has interrumpido y te has ido así, y todos se te han quedado mirando. ¿No tienes educación?
Yo me reí sin ganas y me apoyé en una de las columnas que sujetaban el porche. Mi calma se estaba agotando a un ritmo vertiginoso.
-Mira, de todo lo que te vaya a decir, créeme que no querrías escuchar nada -respondí-, así que prefiero ser una maleducada a una mala persona, porque eso te daría más motivos para victimizarte.
Su cara enrojeció violentamente a causa de la ira. Se cruzó se brazos y se irguió aún más, orgulloso. Y en ese momento, supe que la cosa iba a acabar mal.
-¿Quién mierda te crees que eres? - chilló, elevando ligeramente el tono-. Vienes aquí y te crees la reina, intentas robarme mis cosas, ¿y qué te piensas? ¿Que me va a afectar lo que digas?
Uf. Me costaba mucho mantenerme quieta. La vista comenzaba a nublarse, las conexiones a apagarse.
-¿Cuánto de cruel puedo ser?
-¿Esperas que te tome en serio?
Ni siquiera apreté los puños. Me eché hacia delante y le miré directamente a los ojos.
-No eres más que un intento de tío con cara de imbécil enfadado constante y mediocre en todo lo que haces -comencé-. Nadie está a gusto contigo, y los que lo están, es porque no tienen más remedio que aguantarte porque llevan demasiados años conviviendo contigo. Vas de duro, pero eres un puto pringado que ni siquiera sabe defenderse solo y tiene que pedir a todo el mundo que le haga de escudo. Y lo peor es que les haces infelices, jodidamente infelices, a todos, pero siguen haciéndolo por puta costumbre, porque la gente como tú, además de un malgasto de energía, es una garrapata. Solo consigues lo que quieres a través del chantaje emocional, enfados y amenazas y rabietas, y piensas que siempre lo tienes, hasta que lo pierdes, hasta que se cansan y no aguantan más. Y entonces, te victimizas, pobre tú que eres un inútil, pobre tú que te han dejado tirado, pobre tú. Pero por detrás, te pasas todo el día quejándote de todo y de todos, emitiendo una energía tan mala que hasta los animales se niegan a acercarse a ti. Finges que te gusta lo mismo que al que está a tu lado para que crea que eres mínimamente aguantable y luego le echas en cara lo mucho que has aguantado. -Paré para respirar-. Pero tú nunca has aguantado nada. Siempre has sido un jodido niñato caprichoso y déspota que solo quiere que todos hagan lo que él ordena, y si no lo hacen, toma represalias, las que sean, con tal de que le adoren y se den cuenta de lo mucho que vale. Eres una puta mierda humana, fea por dentro y por fuera. Eres simplemente vomitivo...
Vi el brazo moverse incluso antes que él. Y entonces, todo se disparó. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, torciendo su cara en una mueca aún más desagradable que la habitual. Mis conexiones neuronales frenaron en seco. No recuerdo qué hice. A decir verdad, ya me había ocurrido en más ocasiones. Así que me dejé llevar, esquivando y asestando golpes secos, arrastrándole hacia fuera para que nadie nos viera. Abriéndole la cabeza contra una roca y terminando con su fútil existencia. Cuando recuperé el sentido, como siempre, no sentía el más mínimo remordimiento, pero la sangre que cubría mis manos se haría evidente si volvía dentro. Me limpié como pude en el arroyo y marqué el número de Locke en el móvil.

-Joder, Key, siempre me llamas para estas cosas.
-Bueno, no es que me apetezca irme de cañas contigo -dije, levantando una ceja y ayudándole a tirar del cadáver hacia atrás.
-Esta vez estamos jodidos -comunicó, apoyándose en la puerta del todoterreno-. Le has sacado tú de la casa, y había más gente con vosotros. Es imposible que no te relacionen. Y tienes la camiseta empapada, tía. No puedes volver ahí dentro.
-Eso ya lo sé -me dolía, aunque no sabía muy bien por qué. Torcí el gesto-. ¿No podemos meterle en su coche y estrellarlo... o algo?
Él se echó a reír. Su coleta negra vibró al compás.
-No hay ningún acantilado cerca. Como mucho podemos tirarlo al monte, y aún así, no te aseguro que vayan a pasar por alto las heridas. Son profundas, ¿sabes? Más que las de un accidente de coche.
-¿No podemos camuflarlas?
-Key, soy médico, no Jesucristo. Milagros, que yo sepa, de momento no hago.
Me senté en un tocón en la oscuridad. Las personas que estaban en la casa ya debían haber salido a buscarnos.
-¿Y qué cojones hacemos?
-Bueno... -murmuró, rascándose la cabeza-. No podemos ir muy lejos, porque si son mínimamente inteligentes, van a llamar a la policía en breve. Pero hay un sitio. Está en la carretera general, puede que nos dé tiempo a llegar.
-¿Una de tus chozas?
-Nah -contestó, chasqueando la lengua-. Sería demasiado conveniente. Y a mí ya me tienen fichado, ya sabes, lo del manicomio y eso. Probablemente fueran a mirar antes de que nos diera tiempo a quitárnoslo de encima.
-¿Entonces? -pregunté, algo alterada.
-Es un hotel.
Le miré, incrédula.
-¿Vamos a llevar un puto cadáver a un puto hotel, Locke? ¿Estás jodido de la cabeza o qué?
Él esbozó una sonrisa macabra.
-Hazme caso.
Metimos el cuerpo en el coche y arrancó a toda pastilla, con el motor rugiendo. Era imposible que los de la casa no nos hubieran oído. Me pregunté si cuando ingresaron al tío que iba a mi lado, tendrían razón. Tras unos minutos de camino, Locke me miró y soltó una carcajada.
-Joder, esta vez te has ensañado, ¿eh? Tenía como mínimo cuatro huesos rotos.
Me encogí de hombros.
-Se lo ganó.
-¿En serio? -ironizó-. ¿Qué ha sido esta vez? ¿Te ha mirado con ojos de cordero degollado? ¿O ha intentado hacerte cosas feas? -Silencio-. Ni siquiera te has parado a pensar en si el resto te oía o no.
-He sido silenciosa.
-No lo niego. Pero tía, eres una puta salvaje.
-Eso puede ser. Pero se lo merecía.
-No niego que se lo mereciera, Key, pero no puedes andar cargándote a todo el que te caiga mal.
-Ahora ya da igual.
-Me encanta tu empatía. Un día vas a dar con la horma de tu zapato.
-La horma de mi zapato y la piedra que me toca los cojones eres tú.
Nos quedamos callados un rato más, hasta llegar a las puertas.
-Una cosita... -dijo Locke, tragando saliva-. Dicen que cuando entras, no puedes volver a salir.
Le miré y agarré su mano con fuerza.
-Pues esperemos que no sea así.

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